domingo, 23 de octubre de 2011

D.f. otra vez

Sí, otra vez; la tercera del año. Como la décima de mi vida.
Y las que faltan.

Sí; mucha gente, todo en cámara rápida, más gente, lugares geniales, el concierto, mucha música y aún más gente, la adrenalina, el metro, los museos, la comida, el ruido, el sol abrasador (aunque usted no lo crea) y sobre todo, los amigos.
La mejor parte de los viajes es la gente con la coincides, la que reencuentras y la que conoces, sin duda.
Viajar con unos, llegar con otros, buscar a algunos, estar con pocos, ir con aquellos y regresar con éstos.

[Gracias Dimna, Edgar y Nashe por la ida; Isis, David y Said por el encuentro; Juan Pablo y Luisa por la compañía; Francisco y Gustavo por la estancia; Carlos por el regreso].

Aunque no hice cosas que esperaba hacer e hice cosas que nunca tuve contempladas, fue un gran viaje.
Unos de los mejores, sin duda.
Aunque me desencanté de algunas cosas, quedé fascinada con otras.
Aunque una semana después mi deuda de sueño no ha disminuído y sigo cansadísima.
Aunque OTRA VEZ tuve que correr, literalmente, por las calles para alcanzar mi autobús de regreso (referencia, aquí), estoy feliz de haber ido.

Contenta, satisfecha, emocionada, animándome a ir a Mérida por fin, aceptando que estar sola no es malo, mejorando mis técnicas para viajar, perdiéndole miedo a la vida: haciendo con mi vida lo que se me da la gana.
Y sobre todo, con ganas de ir al D.f.; sí, otra vez.

Cuando no era lo que esperabas, lo que buscabas, lo que querías; cuando te das cuenta que tenías una idea que no es, que esperabas demasiado...

Cuando se pierde el encanto.

Qué feo.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Aviso importante:

Lunes 26 de Septiembre, 2011
Durango, México

El presente comunicado es para notificar que la semana pasada decidí empezar a hacer cosas que antes consideraba ajenas a mí, "malas" y/o prohibidas.
Entre ellas, levanté el castigo auto-impuesto a realizar CUALQUIER otra actividad física que no fuera la danza en cualquiera de sus ramos.

Sí, después de 8 años dividí mi tiempo y le estoy dedicando un poco menos a bailar para hacer otra cosa. Spinning, porque no sé andar en bicicleta y por algo se empieza; porque necesito hacer más cardio; porque duré años con ganas de hacerlo; porque mi maestra de ballet siempre dijo que no debía; porque quiero y porque puedo.

(Además influyó mucho el comentario ese, y que tenia un poco de razón... Tal vez sí estaba pasando demasiado tiempo con mis alumnas y muy poco conmigo. Tal vez es cierto que no vamos a estar para siempre juntas. Y tal vez, sólo tal vez, necesitaba desapegarme antes de que fuera irremediable).

Cabe la posibilidad de que me arrepienta, mas no es nada que no pudiera repararse.
Admito que me costó trabajo tomar la decisión de reducir mis clases de danza y romper con esa tradición mía, casi ritual, pero estoy feliz (y muy cansada, por cierto).

Eso, y otras cosas como ponerme maquillaje y tacones una que otra vez, aceptar que a veces tengo miedo, reírme de los errores pasados, tener muchos planes para el futuro, sentirme bonita últimamente y saberme afortunada han sido mi forma de romper con mis propios introyectos.
(Nunca podría desafiar a la autoridad sin desafiarme a mí misma primero).

Por lo pronto es todo, cualquier cambio será notificado por medio de otro comunicado oficial.
Agradeciendo la compresión, me despido cordialmente.

Atentamente:
Claudia H

Bis nachher


domingo, 21 de agosto de 2011

Isaac

Cuando entré a la secundaria, a los 11 años (a punto de cumplir 12), no tenía idea prácticamente de nada.
Estaba yo en primer año, sección "C" y en el tercero "A" había un muchacho llamado Isaac. Todas las niñas de la escuela lo encontraban "guapo"; todas menos yo.
Una niña bajita, insegura y con brackets tiene siempre expectativas más bajas.

A mí me gustaba Isaac, el de primero "B". Un niño alto, flaco, serio y casi tan retraído como yo.
Estábamos juntos en la clase de inglés y estoy segura que ni siquiera sabía de mi existencia, hasta que alguien empezó a correr el rumor (muy cierto) de que me gustaba.
Todo mundo (al menos en mi corta percepción) lo sabía, y yo moría de pena. No podía voltearlo a ver, ni siquiera pasar cerca de él sin sonrojarme.

Un fatídico día, nefasto miércoles, iba yo junto a mis amigas y fue inevitable coincidir con él y sus amigos en el pasillo. El corazón se me aceleró, me temblaron las piernas, me sonrrojé, me quería morir.
Él actuó como si no le importara (porque en realidad no le importaba).
Nada podía salir peor. O sí. Uno de sus amigos me preguntó directamente, frente a él, si me gustaba...
No sé qué tan bueno sea, pero desde que tengo memoria he sido partidaria del "si tienes un revolver, dispáralo". Así que disparé (en mi contra, tal vez) y respondí un "SÍ".
Ya ni recuerdo lo que sentí, pero seguramente fueron todas esas sensaciones y emociones adolescentes juntas, en un segundo.

Tampoco recuerdo qué hice ese día, ni qué pensé (obviamente nada).
Lo único que recuerdo fue, al día siguiente llegar a la clase de inglés, ver a Isaac de reojo, fingir demencia y sentarme en mi lugar. Jamás lo habría esperado, pero él se acercó a mí, me dijo "hola", me entregó un papelito y se fue.
Evidentemente no se la complicó. Le fue muy fácil.
Abrí la nota, una especie de carta escrita por él (con una letra bastante fea).
Claudia:
Quiero que sepas que eres una persona muy linda y me caes bien pero ahorita tu y yo no podemos ser novios.
Isaac
No fue la decepción, ni la tristeza lo que me pudo más. La verguenza.
Qué pena. Quise desaparecer del salón, de la escuela, del planeta.
Sufrí dos días, o tres. Luego hice como que lo había superado y como que no me importaba.
Los años restantes en la secundaria lo evité, siempre le saqué la vuelta, me hice la que no lo conocía hasta que poco a poco se atenuó la pena y pude vivir con esa anécdota en mi historial.

Luego conocí más gente. Otros Pedros, Jesúses, Sergios... Entré a la prepa y conocí más Julios, Robertos, Davids, Césars, Jorges...
Pero nunca otro Isaac.

Cuando parecía que lo había olvidado, lo recordé. A él y nuestra fallida historia. Dos días después me lo volví a encontrar. En la calle. Después de casi 8 años sin vernos.
Los dos muy cambiados.
Nos saludamos como buenos amigos, con gusto. De verdad me alegró verlo.
Platicamos un poco e intercambiamos números; quedó en llamarme porque (según él) "le encantaría que saliéramos".
Yo sabía que no llamaría. Esta vez no tenía ninguna esperanza, no había ningún revolver para disparar.

Pasaron tres meses (o más) y nos volvimos a encontrar. En la calle de nuevo.
Y de nuevo lo saludé con gusto.
Esta vez sí disparó su revolver y me invitó a salir. Acepté.
Cenamos y platicamos.
Me la pasé bien. Hasta ahí.
Me di cuenta que él también era una persona muy linda y que me caía bien, pero que ahorita tampoco podíamos ser novios. Ni ahorita ni nunca. Somos muy diferentes.

Aunque no terminó como yo alguna vez soñé, el ciclo estaba cerrado de forma satisfactoria.
O eso creía yo.

Cuando comencé a trabajar en el jardín de niños batallé para aprenderme los nombres de mis alumnitos.
Uno de ellos, en una de las primeras clases, se me acercó y me dijo: "Tú eres mi novia, miss".
Sólo le sonreí, como diciéndole "acepto". Cuando terminó el ciclo escolar nos despedimos, prometiéndonos extrañarnos.

Sí, ese niño de 5 años se llama Isaac.

domingo, 7 de agosto de 2011

Nada más quiero:

Un fin de semana tranquilo.
Comprar zapatos e ir al cine un sábado.
Un domingo nublado y lluvia fuerte;
Estar todo el día en pijama, comer galletas,
ver una película en la televisón abierta, reir por lo mala que es;
asomarse por la ventana, empañar el vidrio con el aliento.
No tender la cama, dormir la siesta por la tarde.
Releer el libro favorito, dedicar canciones viejas y tomar café.
Ver un concierto de la banda favorita en la computadora,
pintarse las uñas de los pies; no preocuparse de nada,
(olvidar que al día siguiente la rutina vuelve otra vez).

¿Es mucho pedir que estés aquí conmigo, quien quiera que seas, mientras esto sucede?

jueves, 21 de julio de 2011

Querida Sophie:

Hoy te vi por segunda vez. Eres preciosa.
Te hablé pero no sé si me entiendes. Te canté pero no sé si te gustó. Te cargué pero no sé si me conoces. Lo que sé es que eres preciosa.

Cuando leas esto ya habrá pasado mucho tiempo. Tal vez me recuerdes, tal vez no, no importa.
Tus papás te adoran. Tus abuelos te adoran. Tus tíos te adoramos; todos dicen que ya quieren que crezcas, que ya tienen mil planes contigo. Yo lo dije la primera vez que te vi, pero después me arrepentí: acabas de nacer. Apenas abriste los ojitos, apenas estás aprendiendo a sobrevivir.

Tómate todo el tiempo que necesites para todas tus primeras veces. No hay prisa, no te preocupes.
Haz lo que quieras, sé lo que quieras.

Te queremos desde antes de conocerte, (una cosita tan pequeñita y un sentimiento tan enorme). Te cuidamos mucho.
Bienvenida, Sophia.

domingo, 10 de julio de 2011

La chica de sus sueños (escena #3)

No es presunción (tal vez un poquito, si acaso), pero alguna vez y por un momento muy breve, fui la chica de los sueños de alguien.
Literalmente.
Sí, de un muchacho desconocido; podría decirse que era guapo. Él tenía unos 18 años, yo estaba por cumplir 17.

Cuando me subí al autobús saliendo de la prepa, en mi rutinario camino de regreso a casa, por ir buscando noséqué en mi mochila no me fijé al lado de quien me estaba sentando. Cuando volteé a verlo pensé que era lindo, y fingí demencia volteando hacia el lado contrario mientras acomodaba mis cosas en mis piernas.
El camión empezó a avanzar. Más o menos a la mitad de mi camino, con algo de temor, volteé a verlo de nuevo. Simple curiosidad, me inquietaba estar al lado de alguien bonito.
Giré discretamente la cabeza y qué fue lo que encontré. El chico se había dormido.
No hice nada y regresé la mirada al frente. Medio asustada, con esa sensación de no saber qué hacer. Me fue imposible resistirme y unos minutos después giré de nuevo para observarlo: era encantador.

No cualquier persona tiene gracia para dormir, y mucho menos para verse bien mientras lo hace. Él sí. Se veía tan bien, hasta parecía que soñaba. El ruido, la gente, el movimiento brusco del camión, mi mirada; nada parecía molestarlo.
Me enternecí. Me sentí halagada de poder presenciar ese momento, y dichosa por tenerlo sentado a mi lado, casi nadie tiene el privilegio de presenciar algo así.

Cuando creí que nada podía ser mejor, la gravedad jugó de mi lado y empecé a sentir su cabeza recargarse en la mía. ¡No era posible tanto! Me emocioné. Y entonces me di cuenta que debía bajarme del autobús dentro de poco.
Siempre he sido una enferma mental y lo primero que se me ocurrió en ese momento fue sacar una libreta de la mochila, tomar una pluma morada (?) y escribir mi número de celular:
"618-1-12-63-3[...] Claudia", y alguna carita feliz por ahí.

Arranqué el pedazo de papel, lo hice bolita en mi mano y me preparé para bajar. Cuando se detuvo el autobús, moví ligeramente la cabeza para separarme de la suya; él se despertó. Volteó a verme, sin entender mucho lo que pasaba y un poco apenado. Sólo atiné a sonreirle y le entregué la notita arrugada.
En ese momento me empecé a sonrojar así que apresuré mi paso para bajarme.

Cuando mis dos pies estuvieron en la banqueta, caminé muy rápido hacia mi casa, como si quisiera alejarme del momento penoso que acababa de pasar. Como si quisiera huir del chico en caso que quisiera seguirme.
Todo el trayecto me preguntaba qué había pensado para hacer eso, cómo me había atrevido. Era un arrepentimiento instantáneo.

Nunca sabré qué pensó el chico cuando leyó el papel, ni qué pensó de mí.
Sólo sé que me llamó ese mismo día, "sólo para saludar". Nos presentamos y conversamos un poco. Acordamos ir unos días después a comer nieve al centro. Nos conocimos por segunda ocasión. Éramos muy diferentes, completamente diferentes. Nada en común. Lo que él tenía de guapo lo tenía de hueco.
Y de seguro, lo que yo tuve de misteriosa lo tengo de rara. O de fea.

Jamás nos volvimos a ver ni a llamar.
Fue un momentito nada más. Pero uno digno de contarse.

Bis Nachher

martes, 7 de junio de 2011

Yo también estoy hasta la madre

De la inseguridad, de la violencia, de vivir con miedo, de la impunidad. Del cinismo y la grosería de nuestros gobernantes. Del estado fallido en el que estamos viviendo.

Sí, igual que muchísimos mexicanos más, yo también estoy hasta la madre. Me duele, me lastima la condición en que vivimos, lo que le estamos haciendo al país.
Y sí, también estoy en desacuerdo con las decisiones que toma la clase política. También repudio las acciones del poder judicial. También.

Incluso creo que, hasta cierto punto, estemos de acuerdo o no, todos estamos cansados. Hartos de las malas noticias, de los dimes y diretes, de las crisis y la psicosis colectiva. Todos estamos hasta la madre.

Sí. Pero hay algo que aún me molesta más. Que me hiere más. Que me cala más.
La indiferencia de aquellos a quienes debería en verdad preocuparles: Los jóvenes, mi generación.
Aquellos en quienes recaerán las consecuencias de esta guerra. En cuyas manos estará México dentro de unos años.

No estoy hasta la madre, sino lo que le sigue, de que los que me rodean se preocupen poco por el contexto en que viven. Que nos les interese lo que pasa fuera de sus círculos sociales, que crean que "a ellos no les va a pasar".
Que piensen que son "cosas" que le atañen a otros: a los políticos, a la policía, a nuestros papás... a los adultos.
¡Estoy hasta la madre de que no se den cuenta que ya somos adultos!

Me irrita su falta de responsabilidad y compromiso, no sólo con la sociedad, sino con ellos mismos.

Además de enojo, es impotencia. Incapacidad de hacerles entender, de hacerlos ver la realidad en que vivimos. Y tristeza. Desolación al saber que no será hasta que sean sus familiares o ellos mismos quienes sufran alguna desgracia.

Nunca he sufrido algún ataque violento, mis familiares no han sufrido ningún hecho desafortunado a causa del narco. Y sin embargo, no necesito que algo así me pase para darme cuenta que son acontecimientos diarios, cosas de todos los días: aquí, allá, en Coahuila, en Chihuahua, en todo México.
No necesito perder a un ser querido para reclamar mis garantías individuales, para pedir justicia, para voltear a ver a aquellos que sí los han perdido. Para rechazar la impunidad y la evasión del gobierno ante sus verdaderas responsabilidades.

No necesito que haya más muertos, que corra más sangre para levantarme y hacer oír mi voz. Para solidarizarme, para gritar, para abrazar a mis hermanos, para exigir que se actúe con justicia.

Porque yo no pedí esta guerra, ¿y ustedes? ¿Qué? ¿Van a esperar a que les pase antes de hacer algo? ¿Para darse cuenta? ¿Para opinar?

Tal vez ustedes no, pero yo YA ESTOY HASTA LA MADRE.

domingo, 8 de mayo de 2011

Sólo falta el amor de mi vida...

Y no es porque lo "necesite" o me haga falta pero pareciera que ya estoy lista para tener un amor de mi vida. Estoy empezando a hacer esas cosas que la gente hace cuando tiene uno.
Ya saben, escuchar música y suspirar, estar feliz sin motivo alguno, atravesar la ciudad corriendo para llegar a la central de autobuses...
Sí, eso hice y aunque no fue para perseguir a alguien y pedirle que no se fuera, sí viajé un largo tramo en tiempo record.

Este fin de semana en la ciudad de México me pasó de todo, y por todo me refiero a todaslascosaschingonasquenolepasanalagentequeviveenDurango.
Viví una experiencia increíble, conocí a personas interesantes y divertidas, y anduve de turista como si de veras.

Y andando yo turisteando, como siempre en mí, perdí la noción del tiempo y no calculé bien, cuando vi el reloj y ya eran las 9:20 pm.
Mi autobús salía a las 10:00 pm.
¡No mames! Tenía media hora para llegar "bien", no podía llegar tarde y perder el autobús porque ya había comprado el boleto y la siguiente salida a Durango sería hasta el día siguiente, a la 1:00 pm. (Sí, ya una vez me pasó y no está chido. No podía pasar de nuevo).
Tuve que hacer lo que hasta ayer, yo sólo había visto en las películas esas cursis, poco creíbles con finales felices que nunca suceden en la vida real: CORRER para llegar a tiempo a la central.

Encontrábame yo en Coyoacán, y pues, en condiciones normales, toma aproximadamente 45 minutos el recorrido. Corrí al metro, y sin poder hacer nada, esperé hasta que llegué a la estación de La Raza. En ese momento recordé que es justamente ése unos de los transbordos más largos de la ciudad... Es donde está el pasillo de la ciencia... Pues no sé pero Ana Gabriela Guevara habría sentido muchísima envidia de la carrera que me aventé. Ni siquiera sé cuanto tiempo hice, sólo recuerdo estar en un nuevo anden esperando el metro que me llevaría a la siguiente estación, la Central Norte.

Y bueno, llegué a la central a las 9:59 pm, corriendo, con el boleto en mano, buscando la sala donde debería estar mi autobús.
Es ahí donde yo habría llegado a la sala 3 y habría gritado el nombre del amor de mi vida, habría salido a abrazarlo, a pedirle que no se fuera, nos habríamos besado apasionadamente y, ¿por qué no? los testigos del momento habrían aplaudido.

Eso obviamente jamás sucedió (ni sucederá, creo). Sólo le mostré mi boleto al operador, fui a recoger mi maleta al "guarda equipaje", me subí al autobús y regresé a Durango.

(Éste capítulo, bien adaptado, podría ser la escena final de mi película, o algo así).

Bis Nachher

lunes, 25 de abril de 2011

Libre expresión libre


Los temas de la libertad de expresión, tal vez ya muy trillados, siempre dan mucho tema para opinar y debatir. Debates que por lo general terminan es discusiones.
Y sí, lo acepto, yo si suelo terminar discutiendo con otros por temas como este con gente de mente cerrada que no está dispuesta a aceptar otra opinión aparte de la suya. Mea culpa.

Ahora, específicamente hablando de lo que uno publica/escribe en medios virtuales no sólo defiendo la libertad sino que creo que se trata de asuntos personales (e impersonales a la vez): cada quién escribe, bloguea, postea, tuitea lo que le da la gana. Las redes sociales en realidad son eso, una red para "conectarse" e interactuar con otras personas. Nunca ha habido un manual exacto donde se determine tajantemente cómo deben usarse ni mucho menos.

Y es también su misma naturaleza social la que nos permite decidir qué leemos, con quién compartimos información, a quién seguimos, etcétera, etcétera. Nadie nos obliga a nada.
"El uso correcto" de las redes en realidad no es ninguno, sus mismo creadores lo han dicho, son espacios para conectar a las personas, para compartir.

Además, son personalizables: si yo, por ejemplo detesto a la gente que escribe sobre lo que va a comer, sobre el clima o el tráfico, pues fácil, no sigo la sigo. Y si en cambio, soy fan de los poemas y los palíndromos (conste que es sólo un ejemplo, eh) pues voy y le doy "follow" a quienes los escriben.
Si usted odia a la gente que escribe chistes, sobre su vida diaria o que, a su parecer, no le da un uso adecuado a cierta red social, no la siga.

Tratar de coartar (al fin pude usar esa palabra sin convertirme en reportera de mala calaña, ¡bien!) la libertad de otros, sobre todo si es quejándose amargamente, agrediendo o insultando nunca funcionará. Tratar de obligar a que los demás escriban como a mí me gusta, como yo quisiera que lo hagan, como creo que es correcto, menos.
Al menos conmigo no.

Suficiente tenemos con Carreño diciéndonos como comportarnos "en sociedad" como para que ahora nos digan cómo comportarnos en medios virtuales.
Así que si no les gusta, cierren la ventana, elimínenme, denme unfollow, bloquénme, etc, etc. (Me importa muchísimo, sépanlo.)

Y si alguien tiene alguna opinión o punto de vista, aquí abajo pueden comentar.
(Si hay algo que me gusta de las redes sociales, son sus propiedades metalingüísticas.)

Bis nachher.





miércoles, 9 de marzo de 2011

Sí, mucho.

Mucho por el momento.