jueves, 21 de julio de 2011

Querida Sophie:

Hoy te vi por segunda vez. Eres preciosa.
Te hablé pero no sé si me entiendes. Te canté pero no sé si te gustó. Te cargué pero no sé si me conoces. Lo que sé es que eres preciosa.

Cuando leas esto ya habrá pasado mucho tiempo. Tal vez me recuerdes, tal vez no, no importa.
Tus papás te adoran. Tus abuelos te adoran. Tus tíos te adoramos; todos dicen que ya quieren que crezcas, que ya tienen mil planes contigo. Yo lo dije la primera vez que te vi, pero después me arrepentí: acabas de nacer. Apenas abriste los ojitos, apenas estás aprendiendo a sobrevivir.

Tómate todo el tiempo que necesites para todas tus primeras veces. No hay prisa, no te preocupes.
Haz lo que quieras, sé lo que quieras.

Te queremos desde antes de conocerte, (una cosita tan pequeñita y un sentimiento tan enorme). Te cuidamos mucho.
Bienvenida, Sophia.

domingo, 10 de julio de 2011

La chica de sus sueños (escena #3)

No es presunción (tal vez un poquito, si acaso), pero alguna vez y por un momento muy breve, fui la chica de los sueños de alguien.
Literalmente.
Sí, de un muchacho desconocido; podría decirse que era guapo. Él tenía unos 18 años, yo estaba por cumplir 17.

Cuando me subí al autobús saliendo de la prepa, en mi rutinario camino de regreso a casa, por ir buscando noséqué en mi mochila no me fijé al lado de quien me estaba sentando. Cuando volteé a verlo pensé que era lindo, y fingí demencia volteando hacia el lado contrario mientras acomodaba mis cosas en mis piernas.
El camión empezó a avanzar. Más o menos a la mitad de mi camino, con algo de temor, volteé a verlo de nuevo. Simple curiosidad, me inquietaba estar al lado de alguien bonito.
Giré discretamente la cabeza y qué fue lo que encontré. El chico se había dormido.
No hice nada y regresé la mirada al frente. Medio asustada, con esa sensación de no saber qué hacer. Me fue imposible resistirme y unos minutos después giré de nuevo para observarlo: era encantador.

No cualquier persona tiene gracia para dormir, y mucho menos para verse bien mientras lo hace. Él sí. Se veía tan bien, hasta parecía que soñaba. El ruido, la gente, el movimiento brusco del camión, mi mirada; nada parecía molestarlo.
Me enternecí. Me sentí halagada de poder presenciar ese momento, y dichosa por tenerlo sentado a mi lado, casi nadie tiene el privilegio de presenciar algo así.

Cuando creí que nada podía ser mejor, la gravedad jugó de mi lado y empecé a sentir su cabeza recargarse en la mía. ¡No era posible tanto! Me emocioné. Y entonces me di cuenta que debía bajarme del autobús dentro de poco.
Siempre he sido una enferma mental y lo primero que se me ocurrió en ese momento fue sacar una libreta de la mochila, tomar una pluma morada (?) y escribir mi número de celular:
"618-1-12-63-3[...] Claudia", y alguna carita feliz por ahí.

Arranqué el pedazo de papel, lo hice bolita en mi mano y me preparé para bajar. Cuando se detuvo el autobús, moví ligeramente la cabeza para separarme de la suya; él se despertó. Volteó a verme, sin entender mucho lo que pasaba y un poco apenado. Sólo atiné a sonreirle y le entregué la notita arrugada.
En ese momento me empecé a sonrojar así que apresuré mi paso para bajarme.

Cuando mis dos pies estuvieron en la banqueta, caminé muy rápido hacia mi casa, como si quisiera alejarme del momento penoso que acababa de pasar. Como si quisiera huir del chico en caso que quisiera seguirme.
Todo el trayecto me preguntaba qué había pensado para hacer eso, cómo me había atrevido. Era un arrepentimiento instantáneo.

Nunca sabré qué pensó el chico cuando leyó el papel, ni qué pensó de mí.
Sólo sé que me llamó ese mismo día, "sólo para saludar". Nos presentamos y conversamos un poco. Acordamos ir unos días después a comer nieve al centro. Nos conocimos por segunda ocasión. Éramos muy diferentes, completamente diferentes. Nada en común. Lo que él tenía de guapo lo tenía de hueco.
Y de seguro, lo que yo tuve de misteriosa lo tengo de rara. O de fea.

Jamás nos volvimos a ver ni a llamar.
Fue un momentito nada más. Pero uno digno de contarse.

Bis Nachher