domingo, 8 de mayo de 2011

Sólo falta el amor de mi vida...

Y no es porque lo "necesite" o me haga falta pero pareciera que ya estoy lista para tener un amor de mi vida. Estoy empezando a hacer esas cosas que la gente hace cuando tiene uno.
Ya saben, escuchar música y suspirar, estar feliz sin motivo alguno, atravesar la ciudad corriendo para llegar a la central de autobuses...
Sí, eso hice y aunque no fue para perseguir a alguien y pedirle que no se fuera, sí viajé un largo tramo en tiempo record.

Este fin de semana en la ciudad de México me pasó de todo, y por todo me refiero a todaslascosaschingonasquenolepasanalagentequeviveenDurango.
Viví una experiencia increíble, conocí a personas interesantes y divertidas, y anduve de turista como si de veras.

Y andando yo turisteando, como siempre en mí, perdí la noción del tiempo y no calculé bien, cuando vi el reloj y ya eran las 9:20 pm.
Mi autobús salía a las 10:00 pm.
¡No mames! Tenía media hora para llegar "bien", no podía llegar tarde y perder el autobús porque ya había comprado el boleto y la siguiente salida a Durango sería hasta el día siguiente, a la 1:00 pm. (Sí, ya una vez me pasó y no está chido. No podía pasar de nuevo).
Tuve que hacer lo que hasta ayer, yo sólo había visto en las películas esas cursis, poco creíbles con finales felices que nunca suceden en la vida real: CORRER para llegar a tiempo a la central.

Encontrábame yo en Coyoacán, y pues, en condiciones normales, toma aproximadamente 45 minutos el recorrido. Corrí al metro, y sin poder hacer nada, esperé hasta que llegué a la estación de La Raza. En ese momento recordé que es justamente ése unos de los transbordos más largos de la ciudad... Es donde está el pasillo de la ciencia... Pues no sé pero Ana Gabriela Guevara habría sentido muchísima envidia de la carrera que me aventé. Ni siquiera sé cuanto tiempo hice, sólo recuerdo estar en un nuevo anden esperando el metro que me llevaría a la siguiente estación, la Central Norte.

Y bueno, llegué a la central a las 9:59 pm, corriendo, con el boleto en mano, buscando la sala donde debería estar mi autobús.
Es ahí donde yo habría llegado a la sala 3 y habría gritado el nombre del amor de mi vida, habría salido a abrazarlo, a pedirle que no se fuera, nos habríamos besado apasionadamente y, ¿por qué no? los testigos del momento habrían aplaudido.

Eso obviamente jamás sucedió (ni sucederá, creo). Sólo le mostré mi boleto al operador, fui a recoger mi maleta al "guarda equipaje", me subí al autobús y regresé a Durango.

(Éste capítulo, bien adaptado, podría ser la escena final de mi película, o algo así).

Bis Nachher